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Lalaland: soñar, a veces, es sencillo.


Recuerdo la primera vez que vi "Cantando bajo la lluvia". Estaba con mi madre en el sofá como cualquier mediodía en casa, ella se acomoda y me pregunta "bueno, ¿qué vemos hoy?" y yo vagabundeo por los canales o le propongo alguna de las pelis de mi colección. Pero en aquel momento recuerdo ver a Debbie Reynolds saliendo de una tarta y yo preguntando que qué era aquello, por supuesto mi madre detuvo mi búsqueda televisiva y nos quedamos a ver el resto de la película. Años más tarde puedo decir que he comprendido lo que sintió mi madre al verla.

No es una gran película, eso debo dejarlo absolutamente claro ahora mismo, no es de esas que te dejan marcado, en absoluto, el argumento es sencillo e incluso típico, los tráilers lo dejan bien claro: chica actriz, chico músico, guapos y talentosos, el romance apasionado se huele a malditos kilómetros, todo tiene una atmósfera edulcorada y encantadora (la fotografía en general recuerda a una tienda de chucherías por todos sus colores vivos sobre fondos blanquecinos), incluso podemos decir que el final es predecible sabiendo lo melancólica que es su banda sonora, pero es ahí donde quiero llegar, a su música.

Se trata de un argumento sencillo porque algo más elaborado eclipsaría a la banda sonora, la cual es simple y delicada, no tiene mil temas que describen cada instante de los personajes, si no que son dos o tres canciones que los representan durante toda la historia, como si la misma melodía los describiera en cada paso, la dulce melodía de piano que sirve tanto para enamorarnos como para rompernos el corazón, que habla de la misma ciudad estrellada desde su glamour y su ilusión, como el desencanto de los sueños perdidos.

Lo que te hace no querer apartar la mirada de la historia de Mia y Sebastian es el recuerdo constante de que tu has sido en algún momento ellos, que tu has soñado y te has aferrado a una ilusión imposible, solo que al contrario que aquí, tu no tenías una banda sonora que te apoyara en el momento melancólico cumbre. Pero no es una historia descabellada, no es nada que no hayamos tenido en nuestras vidas, un sueño, una ilusión que bien puede ser el trabajo soñado o el acompañante para nuestras vidas, todo fue dulce y encantador, la vida nos brinda esas oportunidades y las agarramos con fuerza, las exprimimos y las disfrutamos con cada fibra de nosotros, pero llega un momento en que ese sueño al cual no queremos renunciar deja de ser lo único con lo que soñamos, se presentan nuevos caminos y es nuestro deber escoger, y tenemos claro que es lo que toca a su fin, al principio es duro, se tiene miedo, pero luego dejas que la vida te lleve y con un beso dejas que pase el fundido a negro de una historia para dar paso a otra.

Por ello es tan sencillo, la sencillez y delicadeza con la que la película te envuelve sabiendo como empieza y como va a terminar, pero no dejas de mirar, todo envuelto en una atmósfera tan dulce y en la que Emma Stone sin duda se lleva toda la gloria, el está fantástico pero ella se lo come con patatas, incluso con sus voces que no hacen un derroche de grandilocuencia ni un despliegue de grandes agudos o notas complicadas.

En eso la puedo resumir, que todo lo bonito está en que es simple, que no se complica pero que a la vez es un soplo de aire nuevo con toques antiguos, que nos deja a los amantes de los antiguos grandes musicales con ganas de volver a casa bailando por encima de las farolas y a los nuevos que acaban de descubrir que este género es para más gente que para los homosexuales y las amas de casa aburridas (no me maten pero es un tópico tristemente extendido) que puede sacarnos del cine con una sonrisa ligera y un tamborileo de dedos, tarareando la melodía principal y sabiendo que han sido dos horas bien invertidas en volver a aprender como era soñar.


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